IÑIGO LÓPEZ DE MENDOZA Y FIGUEROA, primer conde de Tendilla

Iñigo López de Mendoza y Figueroa, nació en Guadalajara en el año 1419. Fue el segundo hijo de Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, y hermano del primer duque del Infantado y del Cardenal Mendoza, además de ser el primer conde de Tendilla, título creado por Enrique IV en 1465 en su favor.

Mantuvo toda su vida una profunda unidad con sus hermanos, lo que dotó a la familia de un importante papel en la historia de Castilla. Según cuentan, los tres hombres funcionaban como uno solo además de estar respaldados por un importante patrimonio familiar. Llegaron a tener incluso ejército privado que les permitió intervenir en la política castellana, siempre que lo consideraron necesario y siempre en favor de la monarquía.

Desde muy joven mostró su interés por las armas, la política y también por las Bellas Artes. Actividades que compaginó llegando a acompañar a su padre en varias campañas contra el reino de Granada y contra los navarros en la primera Batalla de Olmedo.

A la muerte de su progenitor, Iñigo heredó la villa de Tendilla, junto con Aranzueque, Armuña de Tajuña y Fuentelviejo y poco después fue nombrado embajador en el Concilio de Mantua, convocado por Pio II. A su vuelta y en agradecimiento a los servicios prestados a la corona, el rey le nombró conde de Tendilla y dos años más tarde le hizo señor de Huete.

Posteriormente el propio Mendoza amplió sus posesiones en Guadalajara comprando al conde de Medinaceli las tierras de Loranca de Tajuña.

Este gentilhombre, con apellido de historia de Castilla, apoyó, custodió y administró los bienes de Juana “la Beltraneja” y llego incluso a clavar en la puerta de la iglesia de la localidad madrileña de Colmenar de Oreja, un documento en el que reflejaba su protesta contra el reconocimiento de Isabel La Católica, como heredera del trono de Castilla.

Meses después y de la mano de su hermano, el Cardenal Mendoza, cambió de bando para apoyar a Isabel, aunque en su fuero interno seguía manteniendo la lealtad a La Beltraneja y por este motivo no participó en la Batalla de Toro.

Fue señor de Mondéjar por su matrimonio con Elvira Quiñones, con quien tuvo dos hijos: Iñigo López de Mendoza y Quiñones, más conocido como “El Gran Tendilla” y Diego Hurtado de Mendoza, arzobispo de Sevilla y Cardenal.

 El conde de Tendilla falleció en Guadalajara y fue llevado a enterrar al monasterio de Santa Ana de Tendilla, en un magnífico mausoleo de estilo renacentista, compartido con su esposa, regalo de su hijo Diego, en el que estaba representado el conde leyendo un libro a su esposa que escucha con atención.

Lamentablemente, en 1809, las tropas napoleónicas saquearon Tendilla y profanaron el monasterio y tras la desamortización de Mendizábal, las estatuas de Diego y su esposa Elvira fueron trasladadas a la iglesia de San Ginés en Guadalajara donde fueron destruidas en 1936 por los milicianos bajo el mando del coronel Ildefonso Puigdendolas.

P. Moratilla


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