LEYENDA DE LOS CASTILLOS DE MASCARAQUE, MORA Y ALMONACID

Cuenta la leyenda, que en los tiempos de la invasión musulmana, el califa de Córdoba en uno de sus viajes paró cerca de la localidad de Mascaraque buscando agua para beber.

Sin conocer a nadie y sin hablar el idioma encontró a una joven cristiana que viendo la cara del árabe, pareció entender lo que necesitaba y le ofreció calmar su sed, con el agua del cántaro que portaba.

Sus miradas se cruzaron con el entusiasmo de quien ha encontrado el amor. No hicieron falta palabras para entenderse aunque era algo imposible porque ella estaba casada.

Aun así ambos llegaron mucho más lejos de lo que nunca pudieron imaginar. Durante un tiempo se vieron a escondidas, pero el brillo de sus ojos delató la felicidad y pronto los rumores llegaron a oídos del marido, que encolerizado echó a la mujer de la casa.

Ella no dudó ni un momento y comenzó a caminar en dirección al castillo de Almonacid, propiedad de la familia del califa con la certeza de que allí encontraría cobijo y cariño.

Tan pronto como pudo, envió, desde el castillo, un emisario hasta la ciudad de Córdoba para  informar de la situación a su joven amado.

Nada más conocer la noticia el califa corrió hasta Almonacid para reunirse con ella y construir su propio hogar en tierras castellanas. Para ello ordenó levantar un castillo en un lugar que estuviera protegido por sus fieles. Eligió la localidad de Mascaraque, sabiendo que aquí situación estaría flanqueado no solo por el castillo de Almonacid propiedad de su familia, sino también por el castillo de Mora muy próximo al lugar.

Los tres castillos formaron un triángulo perfecto desde el que se dominaba un amplio territorio en el exterior, aunque según cuentan además, estaban intercomunicados por pasadizos subterráneos, que enlazaban los tres edificios.

El marido de la joven, famoso en la zona, por sus malas artes intentó crear un maleficio sobre el castillo de Mascaraque, según se iba levantando, pero la mujer que le conocía muy bien, se adelantó a ello y evitó cualquier maleficio mandado tallar sobre el marco de cada ventana el sello de Salomón, con la seguridad de que esto la libraría de cualquier conjuro maléfico.  

Contaban quienes les conocieron, que la historia de amor entre el árabe y la cristiana fue la más bella historia que se recuerda en el lugar.

Hoy esos tres castillos, tras cientos de años, siguen en pié para dar cuenta de esta preciosa historia, que se avanzaba imposible, pero que se hizo realidad.

P. Moratilla


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