LA TORRE DE JUAN ABAD y Francisco de Quevedo

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Cuenta la tradición que los Padres Caballeros del Cristo del Templo de Jerusalén, es decir, los templarios, hallaron la imagen de una virgen oculta bajo la tierra al regreso de una batalla y en aquel lugar, llamado Torre de Juan Abad, edificaron una ermita. Dicen que es la única ermita templaria en la provincia de Ciudad Real y está dedicada a Nuestra Señora de la Vega.

Cuenta la historia que allí mismo había un castillo en el que estuvo preso el último califa de Córdoba, llamado Hisham III. Aunque de la construcción ya casi no queda nada. La fortaleza vigilaba el paso del Dañador, uno de los accesos a la vía Augusta que conducía de Levante a Andalucía. Hoy se mantienen en pie parte de las torres musulmanas.

Pero La Torre de Juan Abad presume además de un órgano parroquial, de estilo barroco y que corresponde al grupo de los llamados catedralicios que fue construido en el siglo XVIII y aún hoy hace las delicias de sus vecinos, hasta el punto de que alguien ha dicho de él que se trata de uno de los monumentos de sonidos más apreciados de Europa.

Sin embargo por lo que más se conoce a este lugar, es por el hecho de que un escritor paseó por sus calles porque fue señor de la Villa e incluso llegó a alojar en su casa al mismísimo rey de España Felipe IV. Se trata de Francisco de Quevedo y Villegas. Este escritor es conocido por la historia aquella de «Érase un hombre a una nariz pegado // érase una nariz superlativa // érase una nariz sayón y escriba // érase un pez espada muy barbado». Son tantas las anécdotas que se cuentan de Quevedo que sus comportamientos han trascendido los siglos como la de aquella frase a la reina «Entre el clavel y la rosa, su majestad escoja», pero de lo que no cabe ninguna duda es de que en La Torre pasó más de 7 años desterrado y fue elegido este lugar por ser el pueblo natal de su madre.

A lo largo de su vida mantuvo 22 pleitos con los vecinos a quienes demandaba continuamente por lo que consideraba que era una falta o demora en el pago que se le debía como Señor del lugar.

Su vida en Madrid se vio interrumpida con la caída del Duque de Osuna que arrastró la suya propia y dejó de ser un hombre bien visto en la Corte. Llegó a La Torre en 1620 con 40 años, aunque en 1632 volvió a la capital para ser secretario del rey, cargo que le duró hasta 1643 en que de nuevo volvió para buscar la paz y la salud en La Torre, para leer y escribir, huyendo de las persecuciones e intrigas políticas de la capital y desde allí escribió «Retirado en la paz de este desierto, con pocos, pero doctos libros, vivo en conversación con los difuntos, y escucho con mis ojos a los muertos».

P. Moratilla

 

 


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