Volver a creer en la bondad humana

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Un nudo en la garganta impide la comunicación a quien pretende buscar consuelo tras la noticia de esta mañana, en otros casos, las lágrimas afloran sin querer mientras se contemplan las imágenes de la noticia de hoy:  Julen está fuera del pozo, pero no de la forma que todos esperábamos. De nada le sirven ya responsabilidades y razones, aunque el resto de mundo sigue esperando una explicación a ese absurdo accidente que convirtió un pozo en maldito, situado en El cerro de La Corona.

En este cerro se ubica El Dolmen Cerro de la Corona, conocido por los mayores del pueblo como la «tumba del moro», una estructura funeraria datada en el IV y III milenio antes de Cristo, donde fueron hallados casi 4.200 fragmentos óseos, entre los que se distinguen las piezas dentarias de al menos diez personas, la mayoría niños.

El cerro de la Corona, dormido desde hace cuatro mil años, despertó el 13 de enero con las voces de Julen, su alegría y sus juegos. Encontró en el risueño sonido de este niño malagueño, la razón para buscar compañía a los niños que guarda en sus entrañas desde hace miles de años. La montaña se sintió madre de nuevo cuando sintió la piel de Julen en su interior y defendió su maternidad luchando contra todo aquel que quiso arrebatárselo, pero las máquinas no tuvieron compasión. Cuanta más fuerza oponía en sus entrañas, mayor tesón mostraban los voluntarios en una lucha que ha durado trece días.

Han sido trece días de silencio envuelto en gritos. De paciencia rodeada de ansiedad. Silencio en la espera y silencio en la paciencia. Málaga, Granada, Guadalajara, Murcia, Chile, Colombia, Asturias, Madrid…manos que surgen de la nada o quizá del todo, envueltos en un cariño alimentado por la empatía con la situación vivida por un niño de tan solo dos años.

Sin embargo, buscar la empatía con los padres, se hace del todo imposible, doloroso, inhumano. Admiración por la Guardia Civil, que fueron los primeros en acudir, los bomberos que intentaron las primeras soluciones, los técnicos, los ingenieros, que pusieron sus conocimientos a disposición de una batalla, que se intuía imposible: arrebatar a la montaña el latido del corazón de Julen.

Y llegaron ellos, los valientes, los mineros. No querían televisiones, radios ni periódicos, tan solo querían hacer su trabajo, entrar en la fase final de esta guerra sin cuartel, la batalla más peligrosa. Una fase en la que se jugaba a cara o cruz. La cara más esperanzadora que venía con los latidos de Julen. La cruz que marcaría el luto por el silencio infinito del niño.

Miles de ojos comprobando que tres meses de trabajo se pueden reducir a 48 horas cuando todos los corazones tienen un mismo objetivo y se trabaja en equipo. Que la bondad de los españoles puede verse desbordada cuando deciden trabajar a una sin importar ninguna otra condición más que la de devolver a su madre a un niño de dos años, que un día la montaña decidió arrebatarle.

Hoy el silencio de Julen invade a todo un país al tiempo que les hace volver a creer en la bondad humana.

P. Moratilla

Publicado en Dclm.es 

 


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