JESÚS MENCHÉN MANZANARES el poeta de Membrilla

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La Guerra Civil había terminado. Era el 30 de octubre de 1939 y en Ciudad Real había una sentencia que ejecutar que se correspondía con el sumario 1273 legajo 5858. Jesús Menchén Manzanares iba a ser fusilado unos días después de cumplir 27 años. Ni los ruegos de su tío, el deán de la catedral de Ciudad Real argumentando que su sobrino le había salvado la vida, ni la carta de su madre clamando piedad fueron suficientes. La sentencia se ejecutó y fue fusilado en la tapia del cementerio de Ciudad Real.

Jesús Menchén era natural de la localidad de Membrilla, un pueblo de Ciudad Real, donde nació el 27 de octubre de 1912 pero quedó huérfano de padre tan solo dos días después de nacer. Su tío, entonces era sacerdote y se encargó de su educación hasta que comenzó sus estudios de magisterio. Allí conoció a Fernando Piñuela Romero, uno de sus profesores de ideología marxista.

Su mayor pasión era la escritura y sobre todo la poesía de la que hizo gala durante toda su existencia. Pronto obtuvo su plaza de maestro en Villamayor de Santiago y se afilió, como tantos otros jóvenes de la época a la U.G.T. A partir de 1934 comenzó a compaginar su profesión de maestro con su amor por las palabras publicando numerosas poesías y artículos en la prensa local.

En 1936 tomó dos grandes decisiones. Una fue publicar su libro «Hogueras de Paz» y la otra alistarse voluntario al ejército republicano para defender la legislación vigente y la constitución que les amparaba en aquel momento.

Su «buen-hacer» con la pluma le llevó a ser el autor de numerosas octavillas que defendían en orden constitucional y que fueron lanzadas desde los aviones republicanos, pidiendo frenar el avance rebelde del ejército que se hacía llamar “nacional”.  Algunas de esas octavillas eran poesía pura salida de su corazón, entre las que se incluía un lamento la muerte de Federico García Lorca. Pero también previó su propia muerte que plasmó en un poema dedicado a su madre “La madre piensa en el hijo / que lucha de miliciano / y duerme en las trincheras / sin caricias de sus manos…/ Sombras de noche y luto / sombras de luto y espanto..

La guerra finalizó y Jesús volvió a su pueblo sin haber sido ascendido por méritos en el campo de batalla, pero con la tranquilidad de haber defendido lo que él consideraba que era justicia y democracia.  Tan solo unos días después, alguien que probablemente perseguía hacer méritos ante los vencedores de la contienda o simplemente resarcirse por algún rencor de disputas pasadas, le denunció por «rojo» y fue encarcelado durante cinco meses.

Un juicio sumarísimo y una condena que trató de frenar su tío que ya no era sacerdote sino deán de la catedral de Ciudad Real, no sirvió de nada, como tampoco sirvió la carta de su madre en la que suplicaba la conmutación de la pena por la de cadena perpetua, en ella explicaba: «…a la puerta de sus piadosos y caritativos corazones de hombres y cristianos, como yo, les prometo rogar toda mi  vida para que Dios libre a sus madres, a sus esposas, a sus hermanas, a sus hijas de verse en situación tan dolorosa y tan amarga… Mi hijo es absolutamente incapaz de manchar sus manos de sangre, no digo ya de personas, pero ni aun de seres irracionales…» Pero no que había piadosos ni caritativos corazones cristianos en aquellos cuerpos que dictaron y ejecutaron la sentencia.

Jesús Menchén, que había utilizado como pseudónimo de su escritura el nombre de Roger de Flor, fue enterrado en el cementerio de Ciudad Real junto con otros 996 fusilados, 203 muertos en prisión y 7 ajusticiados a garrote vil. Ninguno de ellos fruto de muerte bélica, ni por accidente en la batalla, sino por decisión de la dictadura posterior.

P. Moratilla

 


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