La clepsidra de AZARQUIEL

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Hay quien piensa que hablar de la «magia» de Toledo es sólo una forma de hablar, de rodear la ciudad de un halo de misterio y de energía positiva de cara al turismo o como «mantra» de buenas vibraciones, pero la realidad es que Toledo siempre ha sido una ciudad mágica por sus historias, sus edificios, sus calles, sus jardines…y por supuesto sus gentes.

Uno de esos personajes que hacen Toledo mágico es sin duda Abu Isahq Ibrahim Ibv Yahya al-Naqqash al-Zaqali. Dicho así puede parecer un personaje de las mil y una noches, o extraído de las cientos de leyendas toledanas, pero lo cierto es que es un personaje real, nacido en Toledo en el año 1029 al que todo el mundo conocía y aún hoy conocen por su apodo, propiciado por el color zarco o azul de sus grandes ojos y de ahí su nombre AZARQUIEL.

Fue un astrónomo y geógrafo toledano del Al-andalus aunque haya quien se empeñe en fijar su nacimiento en la ciudad andaluza de Córdoba, pero los documentos conservados dejan ver que nació en Toledo, aunque la Reconquista de Alfonso VI le obligó a viajar a Córdoba en 1085, donde murió poco antes del año 1.100.

Hijo de un cincelador, experto en el trabajo en hierro delicado, Azarquiel siguió sus pasos y fue herrero y orfebre. Pero su trabajo le llevó a codearse con numerosos astrónomos de la época, que acudían a su taller para reparar sus aparatos de medición lo que le propició unos extensos conocimientos en la materia, con los que comenzó a elaborar sus propios instrumentos científicos de precisión entre otros los astrolabios en los que llegó a introducir notables y útiles innovaciones. Fruto de este trabajo fue si invento más notable: la azafea. Una variedad de astrolabio que permitía al observador, que hacía cómputos astronómicos, realizar su trabajo desde cualquier latitud o punto geográfico, lo que le hizo ideal para la navegación.

Fue el autor de las Tablas Astronómicas de Toledo, escritas en árabe y mandadas traducir posteriormente por Alfonso X ya que en ellas, Azarquiel, realizaba predicciones de suma importancia dentro de la Astronomía, llegando a informar de eclipses solares que sucederían años e incluso siglos más tarde.

Calculó la distancia máxima entre la Tierra y el Sol, además de aportar gran información sobre los equinoccios. Durante todo este tiempo además escribió sobre astronomía teórica, tablas astronómicas e instrumentos.

Pero de todas sus obras, tal vez la más llamativa fue la clepsidra a orillas del río Tajo, en un lugar hoy conocido como Huerta de la Alcurnia y donde aún existe un yacimiento con restos de este reloj de agua, inspirado en uno que decían había existido en la India, aunque la que diseñó Azarquiel además de dar las horas del día, daba las de la noche y también las fases de la luna.

Actualmente Azarquiel da nombre a muchos centros educativos en todo el territorio  nacional. Pero el reconocimiento a Azarquiel siempre fue menor que los conocimientos aportados a las generaciones venideras, por esta razón hoy existe un cráter de impacto situado en la cara visible de la luna, cerca del meridiano cero, que lleva su nombre, en reconocimiento a la herencia aportada a la Astronomía de todos los tiempos, ya que no hay que olvidar que sus trabajos presentaron discrepancias con los de Ptolomeo y fueron base indispensable para Copérnico, Galileo o Keppler, todos ellos bien conocidos hoy como los «padres» de la astronomía.

P. Moratilla

Serendipia

 


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