50 Años para hacer Justicia: “Los asesinos de Víctor Jara van a la cárcel”

A punto de cumplirse 50 años de la muerte del cantautor Víctor Jara, el Tribunal Supremo de Chile, ha condenado a Raúl Jofré, Edwin Dimter, Nelson Haare, Ernesto Bethke, Juan Jara y Hernán Chacón, hoy ex militares jubilados, a 25 años de cárcel por el secuestro y asesinato de Víctor Jara. El Tesoro Público deberá indemnizar con 150.000 pesos (unos 160.000 euros) a su esposa e hijas.

Seis líneas han sido suficientes para rematar una sentencia que resolviera una de las mayores injusticias cometidas en la Historia Universal. La cruel muerte de Victor Jara.

En el mes de agosto, de 1973, el presidente de Chile, Salvador Allende, nombró a Augusto Pinochet comandante en Jefe del Ejército. Nada hizo dudar al presidente demócrata y socialista de la lealtad del militar hasta que todo el país comprobó, lo bien maquillada que la tenía.

Un mes más tarde, Pinochet daba un golpe de Estado, derrocando al Gobierno legítimamente constituído, fruto de una coalición de izquierdas, sumiendo al país en una terrible dictadura que duró casi veinte años (hasta 1990).

Durante este tiempo los intelectuales de la época, junto con los críticos políticos y todos aquellos que tuvieran vinculación con la izquierda política fueron perseguidos, acosados e interrogados por los militares chilenos, que estaban bajo el mando de Pinochet. Un total de 80 mil personas fueron detenidas por pensar diferente al dictador y más de 3.000 fueron ejecutados o sometidos a desaparición forzosa.

Aquel 11 de septiembre de 1973, Víctor Jara había acudido a su trabajo como profesor en la Universidad, pero para el régimen sanguinario, era un hombre “peligroso”, porque representaba la cultura popular. Víctor había sido nombrado embajador cultural, por el Gobierno de Salvador Allende y contaba con dos peligrosas armas capaces de agitar masas: su voz y su guitarra, que cantaban en favor de los campesinos, los trabajadores, los obreros y la paz.  

Esta y no otra fue la razón que llevó a los militares chilenos de la dictadura a buscarlo en el campus.

Fue detenido y torturado con la simbología de lo que representaba. Le rompieron las dos manos para que dejase de tocar la guitarra y le arrancaron la lengua para que dejase de cantar, mientras jugaban a la ruleta rusa con su cabeza además de repetir una y otra vez, varios simulacros de fusilamiento sobre su cuerpo dolorido. Así lo mantuvieron durante 5 largos días. Toda una eternidad, para quien era capaz de ver “la vida eterna en cinco minutos”.

Prisionero y moribundo, uno de sus alumnos consiguió facilitarle un trozo de papel, donde a duras penas pudo escribir: “ Canto que mal que sales, cuando tengo que cantar espanto. Espanto como el que vivo. Espanto como el que muero…”.

Un trozo de papel, donde se reflejaron sus últimas palabras y que se conserva, porque lo sacaron escondido en la suela de un zapato.

Victor, con todo su cuerpo lleno de quemaduras, provocadas por los militares que apagaban los cigarrillos sobre su piel, fue acribillado con 44 balas que acabaron con su vida, solo por cantar a la libertad. Solo por pensar diferente. Cincuenta años después, la Justicia no tiene el mismo significado, ni el mismo sabor…

P. Moratilla


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