LEYENDA DE LA CRUZ DE LOS DESCALZOS (Cuenca)

 “La leyenda de la cruz de los descalzos” es una leyenda de la ciudad de Cuenca que también se conoce como “La leyenda del convertido”. Los hechos se sitúan en el siglo XVIII y guarda como prueba testigo una cruz que se conserva en el atrio del antiguo Convento de los Descalzos, donde aún se atisba una mano pétrea de relieve, que según cuentan perteneció a Don Diego y cuya silueta permanece para recordar los hechos que allí acontecieron.

Cuentan que en pleno siglo XVIII apareció por las calles conquenses, una mujer de belleza inusitada, de nombre Diana. Nadie sabía de dónde había salido, pero verla paseando por las calles de la ciudad, durante todo el verano. Tras desaparecer durante algún tiempo, se hizo presente de nuevo en el otoño.

La noche del 31 de octubre, los jóvenes se divertían en las tabernas. Diana se aproximó a un grupo de jóvenes entre los que se encontraba Don Diego. Conforme iban pasando las horas, los jóvenes se iban retirando a sus aposentos, con la excepción de Diego y Diana, algo que no era extraño porque el joven era conocido en la ciudad por ir siempre bien acompañado de féminas.

Aun así, Diego decidió que era el momento de volver al hogar, pero Diana terminó convenciéndole para dar un paseo, solitario y amoroso por la Bajada de las Angustias, donde estuvieran alejados de cualquier mirada indiscreta.

Al llegar a la Hoz del Júcar, se pararon ante la Cruz de los Descalzos y se sentaron junto a ella.

Diana se aproximó a Diego y lo acarició, revolvió su pelo y por fin lo besó mientras Diego ardía en deseos de poseerla.

A partir de ese momento la visión iba cambiando. La bella Diana iba dejando de serlo. Sus zapatos rotos dejaban ver unas pezuñas negras. Las suaves manos que lo acariciaron ahora no eran más que unas horrendas garras llenas de pelo, hasta el puento de que el joven tuvo la corazonada de estar en manos del diablo, por ello se aferró fuertemente a la cruz mientras se arrepentía de haberse dejado llevar por el placer. Tan fuerte apretó su mano a la cruz que en ella quedó marcada.

Del final de la historia poco se sabe. Para unos Diego se convirtió a partir de entonces en un joven prudente, mientras que para otros no tuvo oportunidad de dejarse llevar por ninguna otra provocación.

Eres tu quien pone fin a esta leyenda…

P. Moratilla


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